Ayer
en el Real Club de Labradores celebramos la clausura del ciclo dedicado a la
Inmaculada, clausura que impartió el profesor de la Universidad de Sevilla, don Andrés Luque Teruel, bajo el título “Sevilla y la Inmaculada”. Una
auténtica lección magistral sobre la relación que siempre ha tenido nuestra
ciudad con la Inmaculada, viéndose refrendada en las numerosas imágenes
existentes al respecto en nuestro entorno. Esta devoción inmaculista no solo
afecta a lo meramente religioso, sino que es un sentimiento cultural plasmado
en las Bellas Artes por artistas reconocidos, cómo Martínez Montañés, Juan de
Roelas, Juan de Uceda, Francisco Pacheco, Velázquez, Murillo, Alonso Martínez,
Alonso Cano o Pedro Roldán, entre otros. Pero no siempre fue así, en el siglo XVI
se desencadenaron una serie de diferencias teológicas que ponían en duda la
pureza de la Virgen, siendo los dominicos los que con más ardor defendían esta
teoría, argumentando que nadie podía estar exento del pecado original excepto
Dios. Sin embargo, los sevillanos se unieron a los franciscanos que si
defendían el inmaculismo, creando cofradías en su honor, llegando la Hermandad
del Silencio a organizar una procesión y encargando a Miguel del Cid sus coplas
inmortales a la Inmaculada y sacando su bandera blanca con la imagen de la
Virgen. Pero no sería hasta 1854 cuando el Papa Pio IX aprueba el Dogma de la
Inmaculada, refrendando que sólo la Virgen queda exenta del pecado original
desde su concepción. Momento en el que el Silencio saca también un nazareno portando
una espada que simboliza su defensa hasta la muerte. La iconografía de la
Inmaculada nos presenta a la Virgen de pie, con la cabeza mirando hacia la
derecha y sus manos unidas a la altura del pecho y hacia la izquierda, en
contraposto, apoyando su peso en la pierna izquierda y dejando laxa la derecha.
Se sitúa sobre una peana y a sus pies un arco de luna con las puntas hacia
arriba, normalmente se acompaña por una serie de querubines. El pelo con el que
se representa ha sufrido también, dependiendo de la época, sus modificaciones,
desde estar oculto cuando el inmaculismo estaba discutido, hasta que en el
siglo XVII con la moderación de las opiniones teológicas, iba descubriéndose la
frente enseñando una porción de pelo, hasta que por fin aparece con su melena
descubierta, como podemos verla en la Cieguecita de la Catedral tallada por
Martínez Montañés. Francisco Pacheco, con su Inmaculada que se encuentra en el
Palacio Arzobispal, sería el que recomendaría que la Virgen debía aparecer como
una niña de unos catorce o quince años, rostro dulce y angelical con el cabello
suelto y la mandorla a su alrededor, esto es, la ráfaga ovalada y dorada que la
rodea. Alonso Cano sería otro que también marcaría el modelo a seguir, como podemos ver
en la imagen de la Iglesia de San Julián, una talla en madera policromada en la que
aparece con su corona de doce estrellas. Es curioso como podemos ver en la
Cieguecita, que la representación de un genio como Montañés, es imposible de
poder realizarla, no se puede tener el pie izquierdo mirando hacia fuera y la
rodilla y cadera hacia dentro, pero es puro arte el que al mirarla nos pase
desapercibida esa postura forzada, excepto para los expertos. Han sido muchos los ejemplos de Inmaculadas que nuestro
ponente nos ha enseñado a través de su proyección de imágenes, todas ellas
explicadas exhaustivamente permitiéndonos conocer una parte de nuestra devoción
mariana. Enhorabuena por tan exquisita charla con la finalizamos este ciclo
dedicado a la Inmaculada Concepción.